jueves, 22 de enero de 2009

Cuentos para niños: Hans Christian Andersen: "El Soldadito de Plomo"


Érase una vez un niño que tenía muchísimos juguetes. Los guardaba todos en su habitación y, durante el día, pasaba horas y horas felices jugando con ellos.

Uno de sus juegos preferidos era el de hacer la guerra con sus soldaditos de plomo. Los ponía enfrente unos de otros, y daba comienzo a la batalla. Cuando se los regalaron, se dio cuenta de que a uno de ellos le faltaba una pierna a causa de un defecto de fundición.

No obstante, mientras jugaba, colocaba siempre al soldado mutilado en primera línea, delante de todos, incitándole a ser el más aguerrido. Pero el niño no sabía que sus juguetes durante la noche cobraban vida y hablaban entre ellos, y a veces, al colocar ordenadamente a los soldados, metía por descuido el soldadito mutilado entre los otros juguetes.


Y así fue como un día el soldadito pudo conocer a una gentil bailarina, también de plomo. Entre los dos se estableció una corriente de simpatía y, poco a poco, casi sin darse cuenta, el soldadito se enamoró de ella. Las noches se sucedían deprisa, una tras otra, y el soldadito enamorado no encontraba nunca el momento oportuno para declararle su amor. Cuando el niño lo dejaba en medio de los otros soldados durante una batalla, anhelaba que la bailarina se diera cuenta de su valor por la noche , cuando ella le decía si había pasado miedo, él le respondía con vehemencia que no.

Pero las miradas insistentes y los suspiros del soldadito no pasaron inadvertidos por el diablejo que estaba encerrado en una caja de sorpresas. Cada vez que, por arte de magia, la caja se abría a medianoche, un dedo amonestante señalaba al pobre soldadito.

Finalmente, una noche, el diablo estalló.
-¡Eh, tú!, ¡Deja de mirar a la bailarina!
El pobre soldadito se ruborizó, pero la bailarina, muy gentil, lo consoló:
-No le hagas caso, es un envidioso. Yo estoy muy contenta de hablar contigo.
Y lo dijo ruborizándose.

¡Pobres estatuillas de plomo, tan tímidas, que no se atrevían a confesarse su mutuo amor!

Pero un día fueron separados, cuando el niño colocó al soldadito en el alféizar de una ventana.

-¡Quédate aquí y vigila que no entre ningún enemigo, porque aunque seas cojo bien puedes hacer de centinela!-

El niño colocó luego a los demás soldaditos encima de una mesa para jugar.

Pasaban los días y el soldadito de plomo no era relevado de su puesto de guardia.

Una tarde estalló de improviso una tormenta, y un fuerte viento sacudió la ventana, golpeando la figurita de plomo que se precipitó en el vacío. Al caer desde el alféizar con la cabeza hacia abajo, la bayoneta del fusil se clavó en el suelo. El viento y la lluvia persistían. ¡Una borrasca de verdad! El agua, que caía a cántaros, pronto formó amplios charcos y pequeños riachuelos que se escapaban por las alcantarillas. Una nube de muchachos aguardaba a que la lluvia amainara, cobijados en la puerta de una escuela cercana. Cuando la lluvia cesó, se lanzaron corriendo en dirección a sus casas, evitando meter los pies en los charcos más grandes. Dos muchachos se refugiaron de las últimas gotas que se escurrían de los tejados, caminando muy pegados a las paredes de los edificios.

Fue así como vieron al soldadito de plomo clavado en tierra, chorreando agua.

-¡Qué lástima que tenga una sola pierna! Si no, me lo hubiera llevado a casa -dijo uno.

-Cojámoslo igualmente, para algo servirá -dijo el otro, y se lo metió en un bolsillo.

Al otro lado de la calle descendía un riachuelo, el cual transportaba una barquita de papel que llegó hasta allí no se sabe cómo.

-¡Pongámoslo encima y parecerá marinero!- dijo el pequeño que lo había recogido.

Así fue como el soldadito de plomo se convirtió en un navegante. El agua vertiginosa del riachuelo era engullida por la alcantarilla que se tragó también a la barquita. En el canal subterráneo el nivel de las aguas turbias era alto.

Enormes ratas, cuyos dientes rechinaban, vieron como pasaba por delante de ellas el insólito marinero encima de la barquita zozobrante. ¡Pero hacía falta más que unas míseras ratas para asustarlo, a él que había afrontado tantos y tantos peligros en sus batallas!

La alcantarilla desembocaba en el río, y hasta él llegó la barquita que al final zozobró sin remedio empujada por remolinos turbulentos.

Después del naufragio, el soldadito de plomo creyó que su fin estaba próximo al hundirse en las profundidades del agua. Miles de pensamientos cruzaron entonces por su mente, pero sobre todo, había uno que le angustiaba más que ningún otro: era el de no volver a ver jamás a su bailarina...

De pronto, una boca inmensa se lo tragó para cambiar su destino. El soldadito se encontró en el oscuro estómago de un enorme pez, que se abalanzó vorazmente sobre él atraído por los brillantes colores de su uniforme.

Sin embargo, el pez no tuvo tiempo de indigestarse con tan pesada comida, ya que quedó prendido al poco rato en la red que un pescador había tendido en el río.

Poco después acabó agonizando en una cesta de la compra junto con otros peces tan desafortunados como él. Resulta que la cocinera de la casa en la cual había estado el soldadito, se acercó al mercado para comprar pescado.

-Este ejemplar parece apropiado para los invitados de esta noche -dijo la mujer contemplando el pescado expuesto encima de un mostrador.

El pez acabó en la cocina y, cuando la cocinera la abrió para limpiarlo, se encontró sorprendida con el soldadito en sus manos.

-¡Pero si es uno de los soldaditos de...! -gritó, y fue en busca del niño para contarle dónde y cómo había encontrado a su soldadito de plomo al que le faltaba una pierna.

-¡Sí, es el mío! -exclamó jubiloso el niño al reconocer al soldadito mutilado que había perdido.

-¡Quién sabe cómo llegó hasta la barriga de este pez! ¡Pobrecito, cuantas aventuras habrá pasado desde que cayó de la ventana!- Y lo colocó en la repisa de la chimenea donde su hermanita había colocado a la bailarina.

Un milagro había reunido de nuevo a los dos enamorados. Felices de estar otra vez juntos, durante la noche se contaban lo que había sucedido desde su separación.

Pero el destino les reservaba otra malévola sorpresa: un vendaval levantó la cortina de la ventana y, golpeando a la bailarina, la hizo caer en el hogar.

El soldadito de plomo, asustado, vio como su compañera caía. Sabía que el fuego estaba encendido porque notaba su calor. Desesperado, se sentía impotente para salvarla.

¡Qué gran enemigo es el fuego que puede fundir a unas estatuillas de plomo como nosotros! Balanceándose con su única pierna, trató de mover el pedestal que lo sostenía. Tras ímprobos esfuerzos, por fin también cayó al fuego. Unidos esta vez por la desgracia, volvieron a estar cerca el uno del otro, tan cerca que el plomo de sus pequeñas peanas, lamido por las llamas, empezó a fundirse.

El plomo de la peana de uno se mezcló con el del otro, y el metal adquirió sorprendentemente la forma de corazón.

A punto estaban sus cuerpecitos de fundirse, cuando acertó a pasar por allí el niño. Al ver a las dos estatuillas entre las llamas, las empujó con el pie lejos del fuego. Desde entonces, el soldadito y la bailarina estuvieron siempre juntos, tal y como el destino los había unido: sobre una sola peana en forma de corazón.

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miércoles, 19 de noviembre de 2008

Cuentos para niños: El susto de Pepito

Habia una vez un niño que se llamaba Pepito, él era un niño feliz, le gustaba mucho jugar en el parque con sus hermanitos. Su mamá los llevaba con frecuencia, recomendándoles siempre de que no se alejaran sin permiso, pero Pepito era un poco desobediente y distraído.

Un día fueron muy temprano al parque y su mamá como siempre les recomendó no alejarse de ella. Pepito como era también muy curioso divisó una mariposa y se puso a ir detrás de ella, sin darse cuenta que cada vez se alejaba más y más de su familia.


Llegó un momento en que Pepito se alejó mucho y quiso regresar, pero se había perdido; caminó, caminó, pero en dirección equivocada. En eso divisó una casita a lo lejos muy bonita y se dirigió allá para pedir ayuda para encontrar a su mamá.

Tocó la puerta pero nadie contestó, tocó muchas veces y nadie contestaba, pero en eso se dió cuenta que la puerta estaba abierta y entró, Pepito no sabía donde se había metido. En eso sintió un portazo y la puerta se cerró y se encontró con una vieja de muy feo aspecto que le dijo: "Qué haces acá". Pepito le contó que se había perdido y que quería que lo ayude a encontrar a su mamá.

La vieja que no era otra que una bruja lo tomó de la mano y lo encerró en una jaula. Ella era muy mala, a los niños que encontraba solos los vendía a seres inescrupulosos, ese era su negocio. Pepito estaba en peligro.

Una vez que a Pepito lo metió en la jaula, la vieja lo encerró con llave y puso ésta en su bolsillo y se sentó junto a la jaula. Pasó el tiempo y la vieja se quedó dormida. Pepito estaba desesperado, pero, se le ocurrió estirar su mano lo mas que pudo y llegar al bolsillo de la bruja y sacar la llave. Así lo hizo, pero cuando ya iba a alcanzar la llave la vieja bruja se movió y Pepito no pudo hacerlo.

Esperó otro rato y volvió a intentarlo, esta vez tuvo suerte , alcanzó la llave y sin hacer ruido abrió la jaula y corrió hacia la puerta de la casa y antes de que la bruja se diera cuenta, él ya estaba a salvo. Corrió y corrió en dirección contraria llamando a su mamá, ésta al notar que Pepito no estaba también lo estaba buscando y fué asì que se encontraron.

Pepito abrazó a su mamá y despues de ese gran susto le prometió nunca mas alejarse de ella y obedecer sus recomendaciones, y ..... colorín colorado este cuento ha terminado.

(Maria Luz Novoa)




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viernes, 4 de julio de 2008

Cuentos infantiles: La gallina vieja


Hace muchos años, cuando el niño de este relato tenia 8 años, y lo llamaban Luchito, vivía en una casa que tenía una hermosa huerta, con muchos frutales y tambien muchos animalitos, que a él le gustaban mucho.


Un día le regalaron un hermoso pollito que con el correr del tiempo se convirtió en una gallina, pero sus compañeros de jaula no la querian y siempre peleaban con ella, tanto que la dejaron maltrecha, se le cayeron varias plumas, de un picotón la volvieron tuerta, cojeaba y era la gallina mas fea del corral; pero Luchito así la quería, y siempre el mismo le daba de comer y le puso de nombre :La Vieja.


Pasó el tiempo y un día estaba en la puerta de calle de su casa con sus padres y hermanos y pasó por la acera del frente una señora cargando en sus brazos a una gallina. Esta gallina era tan fea y maltrecha como su gallina. Luchito al ver pasar a la señora con su gallina en brazos, notó que la gallina era igualita a su querida gallina La Vieja, y grito:¡ papá, mamá! ¡Miren a esa gallina igualita a la Vieja. ! Por supuesto que la señora no sabia que en la casa de este niño había una gallina tan fea y se llamaba La Vieja.


La señora escuchó eso y pensó que lo decían por ella, que era igualita a la gallina, y con el ceño muy fruncido apuró el paso y no volvió a pasar nunca más por esa calle.


Y colorin colorado esta historia ha terminado. Escrito por Maria Luz Novoa

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