martes, 19 de julio de 2011
Chistes que harán reir a un niño
Chistes de colmos aptos para que los niños los cuenten a sus amigos
¿Cuál es el colmo de un oso panda?
Que le saquen una foto a color y salga en blanco y negro
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¿Cuál es el colmo de un jardinero? Que su hija se llame rosa y la deje platada.
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¿Cuál es el colmo de un policía? Que lo asalten las dudas.
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¿Cuál es el colmo de un payaso? Tirarse un pedito de colores.
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¿Cuál es el colmo de un boxeador? Sacarse un moco con un guante de boxeo.
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¿Cuál es el colmo de los colmos? Perder un imperdible.
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¿Cuál es el colmo de un mueblista?Tener una hija cómoda
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jueves, 14 de julio de 2011
La historia de Carmín
Había una vez una joven madre de nombre Carmín, que vivía en un pueblito pequeño con su marido, sus 3 hijas , un perro y una empleada que iba todos los dias y la ayudaba en las tareas del hogar. Carmín se encargaba de vestir y llevar a sus hijas al colegio , de hacer las tareas de casa y hacer las compras.
Iba todos los días al mercado, y siempre se preocupaba por comprar los alimentos de la mejor calidad.
En el mercado del pueblo había un vendedor que tenía la mejor fruta y todos le compraban, Carmín también lo hacía, sin imaginar que ese vendedor que se llamaba Tomás le había echado el ojo es decir se había fijado en ella. Carmín por supuesto no se había dado cuenta, tomaba como amabilidad sus atenciones, que la atendiera primero y algunas veces se ofrecía a llevarle la fruta a su casa a cambio de periódicos antiguos que necesitaba para su negocio. Así transcurrió el tiempo, Carmín no sabía de las intenciones de ese vendedor…Algunas veces cuando Carmín regaba el jardín de su casa este individuo se le acercaba y le hacía conversación, cosa que a Carmín no le hacía gracia pero tampoco se imaginaba que esta persona tenía otras intenciones.
Poco a poco se fué acentuando el acoso que Carmín advirtió y quiso poner fín a esta situación porque ella ya se estaba dando cuenta de que el comportamiento del vendedor Tomás era algo más que simple amabilidad. Y algo que a Carmín le preocupó, es que este individuo tenia ese comportamiento con ella cuando había personas de por medio, y que quería hacer notar que sus “amabilidades” eran porque tenía confianza con ella. Como no había forma de hablar a solas con él para increparle de su comportamiento porque estaba a las claras que quería demostrar a sus amistades que había algo más que una simple amabilidad con Carmín cosa que era completamente falso esto llegó a preocupar mucho a Carmín que era muy tímida, a tal punto que llegó a enfermar del sistema nervioso. Ella tenía como obsesión de que terminara lo mas pronto ese acoso. Tenía miedo de contárselo a su marido porque este tenía mal genio y hubiera empeorado la situación. ¡Que error!
Un día Carmín le dijo al frutero que quería hablar con él y lo citó en una Iglesia y cuando llegó, este le dijo que allí no se podía hablar y aprovechando de la situación él le dijo que conocía un lugar mejor y tranquilo para hablar. Ella en ese momento ya creía que era el demonio, porque ella ya no estaba en su sano juicio, pero aceptó para ya terminar con ese asunto que la había llegado a preocupar tanto.
Fueron al lugar que él conocía , era una especie de restaurante.. Carmín le increpó y le dijo que dejara de fastidiarla, el le dijo que se había enamorado de ella, ante tal declaración ella le dijo que así fuera el Santo Padre ella no estaba dispuesta a escuchar semejante propuesta y que dejara inmediatamente de acosarla porque se vería obligada a tomar otras medidas. Al ver en ella un auténtico desprecio Tomás se quedó humillado y decidió vengarse. Propagó por todos los medios que él tenía una especie de relación con ella, que ella se entendía con él. Ella no sabía lo que él decía porque eran de mundos totalmente diferentes, pero después ella por una vendedora cercana a él se enteró. Muchos lo creyeron ; se vengó de ella por despecho y por sentirse humillado.
A los dos dias siguientes de esa conversación Carmin, junto con su esposo e hijos se fueron todo un dia a la playa y al regresar a casa se dieron cuenta que habia entrado un ladrón o ladrones y se habian llevado casi todas las cosas de valor que en su casa tenía como máquinas de coser a la que ella se dedicaba a un negocio con una amiga. Fue tan grande su susto y como ya ella esta mal de los nervios pensó que amigos de este frutero habian sido los causantes del robo, asi que ya enferma de los nervios pidió a una amiga le preste una carabina y se quedó toda la noche en la ventana que daba a su jardin esperando que regresarían los ladrones por lo que habia quedado y asi poco a poco Carmín enfermo de los nervios.
Carmín como tenía muy fuerte los principios de moral no quiso tocar jamás ese tema , pero le hicieron mucho daño que dudaran de su reputación.
Pero la justicia siempre llega, cierto día el frutero Tomás murió no se supo si de una enfermedad o de un accidente, y debe haberse ido al infierno porque nunca dijo la verdad.O tal vez Dios lo perdonaría si al momento de morir dijo la verdad.
En cambio a Carmín Dios la premió, vivió feliz con su marido tuvo dos hijos mas, sanó de la depresión y vivió muy feliz.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
Moraleja: Cuando tengan un problema que no puedan resolver pidan ayuda a alguien quien las quiera
para que las ayude. y...
Si la quieres y recuerdas con cariño
y conoces a esa amiga mas que nadie,
mas vale escuchar sus verdades e inocencia,
Por mas que las circunstancias la incriminen
de las mentiras que se hicieron por venganza.
No en vano llegó a perder la conciencia
y se alejó de todos por tristeza
pero ahora ya repuesta ha olvidado
esa prueba que infeliz le dio el destino
Pero como todo en esta vida
tarde o temprano se sabe la verdad
Carmin siempre tuvo, lo tiene y lo tendrá
Un comportamiento ejemplar, que nadie puede objetar.
Fuente: Rosa Pérez
lunes, 6 de junio de 2011
Cuento para niños: La Sirenita
Cuento para niños: La Sirenita
En el fondo del más azul de los océanos había un maravilloso palacio en el cual habitaba el Rey del Mar, un viejo y sabio tritón que tenía una abundante barba blanca. Vivía en esta espléndida mansión de coral multicolor y de conchas preciosas, junto a sus hijas, cinco bellísimas sirenas...
La Sirenita, la más joven, además de ser la más bella poseía una voz maravillosa; cuando cantaba acompañándose con el arpa, los peces acudían de todas partes para escucharla, las conchas se abrían, mostrando sus perlas, y las medusas al oírla dejaban de flotar.
La pequeña sirena casi siempre estaba cantando, y cada vez que lo hacía levantaba la vista buscando la débil luz del sol, que a duras penas se filtraba a través de las aguas profundas.
-¡Oh! ¡Cuánto me gustaría salir a la superficie para ver por fin el cielo que todos dicen que es tan bonito, y escuchar la voz de los hombres y oler el perfume de las flores!
-Todavía eres demasiado joven -respondió la abuela-. Dentro de unos años, cuando tengas quince, el rey te dará permiso para subir a la superficie, como a tus hermanas.
La Sirenita soñaba con el mundo de los hombres, el cual conocía a través de los relatos de sus hermanas, a quienes interrogaba durante horas para satisfacer su inagotable curiosidad cada vez que volvían de la superficie. En este tiempo, mientras esperaba salir a la superficie para conocer el universo ignorado, se ocupaba de su maravilloso jardín adornado con flores marítimas. Los caballitos de mar le hacían compañía y los delfines se le acercaban para jugar con ella; únicamente las estrellas de mar, quisquillosas, no respondían a su llamada.
Por fin llegó el cumpleaños tan esperado y, durante toda la noche precedente, no consiguió dormir. A la mañana siguiente el padre la llamó y, al acariciarle sus largos y rubios cabellos, vio esculpida en su hombro una hermosísima flor.
-¡Bien, ya puedes salir a respirar el aire y ver el cielo! ¡Pero recuerda que el mundo de arriba no es el nuestro, sólo podemos admirarlo! Somos hijos del mar y no tenemos alma como los hombres. Sé prudente y no te acerques a ellos. ¡Sólo te traerían desgracias!
Apenas su padre terminó de hablar, La Sirenita le di un beso y se dirigió hacia la superficie, deslizándose ligera. Se sentía tan veloz que ni siquiera los peces conseguían alcanzarla. De repente emergió del agua. ¡Qué fascinante! Veía por primera vez el cielo azul y las primeras estrellas centelleantes al anochecer. El sol, que ya se había puesto en el horizonte, había dejado sobre las olas un reflejo dorado que se diluía lentamente. Las gaviotas revoloteaban por encima de La Sirenita y dejaban oír sus alegres graznidos de bienvenida.
-¡Qué hermoso es todo! -exclamó feliz, dando palmadas.
Pero su asombro y admiración aumentaron todavía: una nave se acercaba despacio al escollo donde estaba La Sirenita. Los marinos echaron el ancla, y la nave, así amarrada, se balanceó sobre la superficie del mar en calma. La Sirenita escuchaba sus voces y comentarios. “¡Cómo me gustaría hablar con ellos!", pensó. Pero al decirlo, miró su larga cola cimbreante, que tenía en lugar de piernas, y se sintió acongojada: “¡Jamás seré como ellos!”
A bordo parecía que todos estuviesen poseídos por una extraña animación y, al cabo de poco, la noche se llenó de vítores: “¡Viva nuestro capitán! ¡Vivan sus veinte años!” La pequeña sirena, atónita y extasiada, había descubierto mientras tanto al joven al que iba dirigido todo aquel alborozo. Alto, moreno, de porte real, sonreía feliz. La Sirenita no podía dejar de mirarlo y una extraña sensación de alegría y sufrimiento al mismo tiempo, que nunca había sentido con anterioridad, le oprimió el corazón.
La fiesta seguía a bordo, pero el mar se encrespaba cada vez más. La Sirenita se dio cuenta en seguida del peligro que corrían aquellos hombres: un viento helado y repentino agitó las olas, el cielo entintado de negro se desgarró con relámpagos amenazantes y una terrible borrasca sorprendió a la nave desprevenida.
-¡Cuidado! ¡El mar...! -en vano la Sirenita gritó y gritó.
Pero sus gritos, silenciados por el rumor del viento, no fueron oídos, y las olas, cada vez más altas, sacudieron con fuerza la nave. Después, bajo los gritos desesperados de los marineros, la arboladura y las velas se abatieron sobre cubierta, y con un siniestro fragor el barco se hundió. La Sirenita, que momentos antes había visto cómo el joven capitán caía al mar, se puso a nadar para socorrerlo. Lo buscó inútilmente durante mucho rato entre las olas gigantescas. Había casi renunciado, cuando de improviso, milagrosamente, lo vio sobre la cresta blanca de una ola cercana y, de golpe, lo tuvo en sus brazos.
El joven estaba inconsciente, mientras la Sirenita, nadando con todas sus fuerzas, lo sostenía para rescatarlo de una muerte segura. Lo sostuvo hasta que la tempestad amainó. Al alba, que despuntaba sobre un mar todavía lívido, la Sirenita se sintió feliz al acercarse a tierra y poder depositar el cuerpo del joven sobre la arena de la playa. Al no poder andar, permaneció mucho tiempo a su lado con la cola lamiendo el agua, frotando las manos del joven y dándole calor con su cuerpo.
Hasta que un murmullo de voces que se aproximaban la obligaron a buscar refugio en el mar.
-¡Corran! ¡Corran! -gritaba una dama de forma atolondrada- ¡Hay un hombre en la playa! ¡Está vivo! ¡Pobrecito...! ¡Ha sido la tormenta...! ¡Llevémoslo al castillo! ¡No! ¡No! Es mejor pedir ayuda...
La primera cosa que vio el joven al recobrar el conocimiento, fue el hermoso semblante de la más joven de las tres damas.
-¡Gracias por haberme salvado! -le susurró a la bella desconocida.
La Sirenita, desde el agua, vio que el hombre al que había salvado se dirigía hacia el castillo, ignorante de que fuese ella, y no la otra, quien lo había salvado.
Pausadamente nadó hacia el mar abierto; sabía que, en aquella playa, detrás suyo, había dejado algo de lo que nunca hubiera querido separarse. ¡Oh! ¡Qué maravillosas habían sido las horas transcurridas durante la tormenta teniendo al joven entre sus brazos!
Cuando llegó a la mansión paterna, la Sirenita empezó su relato, pero de pronto sintió un nudo en la garganta y, echándose a llorar, se refugió en su habitación. Días y más días permaneció encerrada sin querer ver a nadie, rehusando incluso hasta los alimentos. Sabía que su amor por el joven capitán era un amor sin esperanza, porque ella, la Sirenita, nunca podría casarse con un hombre.
Sólo la Hechicera de los Abismos podía socorrerla. Pero, ¿a qué precio? A pesar de todo decidió consultarla.
-¡...por consiguiente, quieres deshacerte de tu cola de pez! Y supongo que querrás dos piernas. ¡De acuerdo! Pero deberás sufrir atrozmente y, cada vez que pongas los pies en el suelo sentirás un terrible dolor.
-¡No me importa -respondió la Sirenita con lágrimas en los ojos- a condición de que pueda volver con él!
¡No he terminado todavía! -dijo la vieja-. ¡Deberás darme tu hermosa voz y te quedarás muda para siempre! Pero recuerda: si el hombre que amas se casa con otra, tu cuerpo desaparecerá en el agua como la espuma de una ola.
-¡Acepto! -dijo por último la Sirenita y, sin dudar un instante, le pidió el frasco que contenía la poción prodigiosa. Se dirigió a la playa y, en las proximidades de su mansión, emergió a la superficie; se arrastró a duras penas por la orilla y se bebió la pócima de la hechicera.
Inmediatamente, un fuerte dolor le hizo perder el conocimiento y cuando volvió en sí, vio a su lado, como entre brumas, aquel semblante tan querido sonriéndole. El príncipe allí la encontró y, recordando que también él fue un náufrago, cubrió tiernamente con su capa aquel cuerpo que el mar había traído.
-No temas -le dijo de repente-. Estás a salvo. ¿De dónde vienes?
Pero la Sirenita, a la que la bruja dejó muda, no pudo responderle.
-Te llevaré al castillo y te curaré.
Durante los días siguientes, para la Sirenita empezó una nueva vida: llevaba maravillosos vestidos y acompañaba al príncipe en sus paseos. Una noche fue invitada al baile que daba la corte, pero tal y como había predicho la bruja, cada paso, cada movimiento de las piernas le producía atroces dolores como premio de poder vivir junto a su amado. Aunque no pudiese responder con palabras a las atenciones del príncipe, éste le tenía afecto y la colmaba de gentilezas. Sin embargo, el joven tenía en su corazón a la desconocida dama que había visto cuando fue rescatado después del naufragio.
Desde entonces no la había visto más porque, después de ser salvado, la desconocida dama tuvo que partir de inmediato a su país. Cuando estaba con la Sirenita, el príncipe le profesaba a ésta un sincero afecto, pero no desaparecía la otra de su pensamiento. Y la pequeña sirena, que se daba cuenta de que no era ella la predilecta del joven, sufría aún más. Por las noches, la Sirenita dejaba a escondidas el castillo para ir a llorar junto a la playa.
Pero el destino le reservaba otra sorpresa. Un día, desde lo alto del torreón del castillo, fue avistada una gran nave que se acercaba al puerto, y el príncipe decidió ir a recibirla acompañado de la Sirenita.
La desconocida que el príncipe llevaba en el corazón bajó del barco y, al verla, el joven corrió feliz a su encuentro. La Sirenita, petrificada, sintió un agudo dolor en el corazón. En aquel momento supo que perdería a su príncipe para siempre. La desconocida dama fue pedida en matrimonio por el príncipe enamorado, y la dama lo aceptó con agrado, puesto que ella también estaba enamorada. Al cabo de unos días de celebrarse la boda, los esposos fueron invitados a hacer un viaje por mar en la gran nave que estaba amarrada todavía en el puerto. La Sirenita también subió a bordo con ellos, y el viaje dio comienzo.
Al caer la noche, la Sirenita, angustiada por haber perdido para siempre a su amado, subió a cubierta. Recordando la profecía de la hechicera, estaba dispuesta a sacrificar su vida y a desaparecer en el mar. Procedente del mar, escuchó la llamada de sus hermanas:
-¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Somos nosotras, tus hermanas! ¡Mira! ¿Ves este puñal? Es un puñal mágico que hemos obtenido de la bruja a cambio de nuestros cabellos. ¡Tómalo y, antes de que amanezca, mata al príncipe! Si lo haces, podrás volver a ser una sirenita como antes y olvidarás todas tus penas.
Como en un sueño, la Sirenita, sujetando el puñal, se dirigió hacia el camarote de los esposos. Mas cuando vio el semblante del príncipe durmiendo, le dio un beso furtivo y subió de nuevo a cubierta. Cuando ya amanecía, arrojó el arma al mar, dirigió una última mirada al mundo que dejaba y se lanzó entre las olas, dispuesta a desaparecer y volverse espuma.
Cuando el sol despuntaba en el horizonte, lanzó un rayo amarillento sobre el mar y, la Sirenita, desde las aguas heladas, se volvió para ver la luz por última vez. Pero de improviso, como por encanto, una fuerza misteriosa la arrancó del agua y la transportó hacia lo más alto del cielo. Las nubes se teñían de rosa y el mar rugía con la primera brisa de la mañana, cuando la pequeña sirena oyó cuchichear en medio de un sonido de campanillas:
-¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Ven con nosotras!
-¿Quiénes son? -murmuró la muchacha, dándose cuenta de que había recobrado la voz-. ¿Dónde están?
-Estás con nosotras en el cielo. Somos las hadas del viento. No tenemos alma como los hombres, pero es nuestro deber ayudar a quienes hayan demostrado buena voluntad hacia ellos.
La Sirenita, conmovida, miró hacia abajo, hacia el mar en el que navegaba el barco del príncipe, y notó que los ojos se le llenaban de lágrimas, mientras las hadas le susurraban:
-¡Fíjate! Las flores de la tierra esperan que nuestras lágrimas se transformen en rocío de la mañana. ¡Ven con nosotras! Volemos hacia los países cálidos, donde el aire mata a los hombres, para llevar ahí un viento fresco. Por donde pasemos llevaremos socorros y consuelos, y cuando hayamos hecho el bien durante trescientos años, recibiremos un alma inmortal y podremos participar de la eterna felicidad de los hombres -le decían.
-¡Tú has hecho con tu corazón los mismos esfuerzos que nosotras, has sufrido y salido victoriosa de tus pruebas y te has elevado hasta el mundo de los espíritus del aire, donde no depende más que de ti conquistar un alma inmortal por tus buenas acciones! -le dijeron.
Y la Sirenita, levantando los brazos al cielo, lloró por primera vez.
Oyéronse de nuevo en el buque los cantos de alegría: vio al Príncipe y a su linda esposa mirar con melancolía la espuma juguetona de las olas. La Sirenita, en estado invisible, abrazó a la esposa del Príncipe, envió una sonrisa al esposo, y en seguida subió con las demás hijas del viento envuelta en una nube color de rosa que se elevó hasta el cielo.
Hans Christian Andersen
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